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Bajacalifornianos merecemos que se rompan las cadenas al desarrollo del arte: Gilberto Corrales


Este lunes 27 de diciembre, con motivo del decreto expedido por la gobernadora del Estado, Marina del Pilar Ávila Olmeda, el Director de la compañía Teatro en el Incendio Gilberto Corrales, a nombre de la comunidad artística emitió un sentido mensaje que revela de manera enérgica el valor del arte y los artistas, su influencia en las personas y la economía del estado.


A continuación reproducimos el mensaje íntegro pronunciado por el actor:


Crecí en una colonia vulnerada por la violencia y la precariedad de los servicios públicos, de la que no mencionaré el nombre para no estigmatizarla; mi contexto se imponía sobre quién debía ser yo para sobrevivir, porque somos seres sociales y en ocasiones ser aceptado por tu comunidad puede ser crucial: la adaptación al entorno se presenta como obligatoria. No te quedan muchas opciones cuando no conoces otra manera de vivir.


Al poco tiempo descubrí que “comunicarse” a veces no funciona bien aunque hablemos el mismo idioma; descubrí que era fácil que existieran malos entendidos, incomprensión, intolerancia y, por consecuencia, violencia; porque lo que no podemos entender nos genera miedo o frustración y, si tampoco entendemos lo que sentimos o cómo manejarlo, es más fácil rechazar rotunda y agresivamente.


En la primaria me encontré con la declamación de poesía, que me enseñó que el lenguaje puede retorcerse para lograr decir otras cosas más allá del significado literal de las palabras, para conseguir transportarnos a un entendimiento diferente de la realidad, en el que la comprendemos porque la sentimos; es decir, nos permite experimentar la realidad por medio del lenguaje poético; y nos hace sentir que algo se ordena armoniosamente, para darle un sentido coherente a ese momento en el que nos encontramos juntos siendo modificados por el arte.


Cuando llegué a la secundaria, la edad de las adolescencias, carecía de muchas respuestas, pero había conciertos en los que nombraban lo que yo estaba sintiendo, y eso me permitía ordenar mis emociones; canalizarlas por medio de cantar esas letras en coro con cientos de personas, me hacía sentir que no era el único al que le pasaban cosas, sino que formaba parte de una sociedad. También me sentía frustrado por todavía no tener voz ni voto en el mundo, pero, por haber declamado poesía en la primaria, ahora podía escribir mis pensamientos de manera ordenada y leerlos en voz alta; y, por último, como es típico de la edad, me angustié por mi identidad; pero, a través del arte plástico, podía construir algo material, tangible, que me permitía ensayar quién podía ser yo y cuáles los valores que podían regir mis decisiones.


En la preparatoria, me encontré con el teatro y pude ponerle estructura a mi pensamiento y diferenciar mis emociones, comprendí otras maneras de pensar al tener que defender las decisiones de mis personajes aunque éstos pensaran diferente a mí: se me desarrolló la empatía y aprendí a llegar a acuerdos, a trabajar por un fin común: que en el caso del teatro era el de generar, en las otras personas, esta sensación de entenderse a uno mismo y nuestro papel en la sociedad.


Decidí estudiar profesionalmente artes escénicas, con la convicción de que podía conseguir que otras personas también sintieran desahogo, sosiego, esperanza y comunidad. Con el objetivo de sensibilizar y concienciar para después de habernos interesado en lo mismo, cuestionarnos juntos la manera en la que podemos incidir en la mejora de nuestra sociedad.


Pero al egresar de la licenciatura en teatro, me encontré con una precarización de la actividad profesional, una desprotección absoluta, un mercado laboral casi inexistente, y una serie de obstáculos que parecían estar en contra, o peor aún, ignorar la relevancia y la pertinencia de las artes escénicas.


Puedo comprender que algunas personas no hayan tenido buenas experiencias frente a las artes escénicas, que quizá tuvieron la desdicha de encontrarse con manifestaciones incipientes que no lograron madurar y profesionalizarse; entiendo que se vea a las artes escénicas solamente como entretenimiento y que no se les trate muy distinto a cualquier espectáculo que habla el lenguaje de las masas, y que por consecuencia, se les mire con intenciones lucrativas. Puedo comprender que se haya transmitido la idea de que dedicarse a las artes escénicas no es una profesión y que por lo tanto, si las personas le dedican su tiempo, lo hacen en sus tiempos libres, después de un trabajo real. Puedo comprender que exista el desconocimiento, la desconfianza, el rechazo, porque, precisamente lo que nos hace mucha falta es propiciar el pensamiento crítico a través de las artes, el convivio sano para una mejor calidad de vida. Ahora hay estudios, ensayos y casos concretos de ciudades que se convirtieron en meca artística y que con el fortalecimiento de sus industrias creativas incrementaron la derrama económica al convertirse en un destino cultural, o casos de mejoras en los índices de delincuencia o drogadicción, por mencionar algunos.


Ha sido intermitente el impacto real en nuestra comunidad, porque la constancia cuesta, y la mayoría de las ocasiones son las artistas mismas quienes terminan financiando sus propios proyectos, y eso es difícil de sostener. A pesar de todos esos artistas y agrupaciones que emprendieron proyectos que no lograron permanecer por no poder autofinanciarse de los ingresos de taquilla, hoy por hoy es innegable que Baja California tiene la capacidad para convertir el arte en un verdadero instrumento de transformación social, porque no carece de creatividad ni de autenticidad; no carece de voces que enuncian la realidad actual desde los escenarios; no carece de valentía, de perseverancia, de resiliencia en sus agentes culturales; el arte escénico endémico de la región es abundante y el público está ahí, ávido de alternativas de esparcimiento, entretenimiento y cultivo de su identidad.


Merecemos los bajacalifornianos que se le rompan las cadenas al desarrollo del arte escénico de cualquier índole. Es momento, pues, de limpiarle el camino de obstáculos a esos esfuerzos que surgen de la necesidad de quienes habitamos esta región, y de no solamente volverlo posible, sino potenciarlo. Ya tenemos licenciaturas en danza, teatro, música, canto; ya existen agrupaciones quienes a pesar de todo, han sobrevivido, afortunadas de contar con colaboraciones estratégicas, respaldo institucional o financiamiento público, pero no es suficiente. No es suficiente la oferta ni suficiente la calidad, porque al no contar con las condiciones óptimas para su desarrollo, muchas personas dedicadas al espectáculo se ven orilladas a migrar a otras ciudades antes de conseguir madurar y nutrir la oferta de nuestro estado.


Decisiones como la que nos reúne el día de hoy, son muy alentadoras, pero sobre todo indispensables. Es nuestra responsabilidad conjunta el desarrollo cultural y artístico de nuestro estado, y es inminente el impacto que acciones como esta tendrán en nuestro entorno. Cientos de obras de teatro se estrenan al año, y se llevan a cabo otros cientos más de presentaciones de distintas disciplinas, que generan empleo a diseñadores gráficos, diseñadoras de vestuario que habrán de comprar telas, maquillistas que requerirán comprar sus productos, transportistas que consumirán gasolina en la movilización de los aditamentos de los espectáculos, realizadoras de utilería y escenografía, iluminadores, técnicos de audio, coreógrafas, directoras musicales, bailarines, actrices, productoras, y un largo etcétera de responsables y beneficiados que están detrás de una presentación.


Además, ese impacto llega hasta la niña de secundaria que vio la obra de teatro alusiva al abuso sexual infantil y que gracias a que al finalizar la presentación se mostró conmocionada, las maestras pudieron identificar una situación de abuso y conducirla en el manejo de la denuncia; se beneficia el niño que puede acceder a una obra de calidad y decide que quiere dedicarse profesionalmente a eso que ve, porque lo considera posible; y se beneficia la joven que se vio reflejada en el espectáculo de danza que la hizo sentirse acompañada al entender que la depresión y los pensamientos de muerte no son exclusivos de ella, sino un problema de salud mental que viven muchas otras personas. Feminicidios, embarazo adolescente, violencia de género, homofobia, homicidios dolosos; hay mucho que hacer en términos de desarrollo cultural, profesionalización artística y fortalecimiento de las industrias creativas, y es un buen augurio que hoy comencemos por desatarle las manos a las personas que por convicción, por vocación, necesitan dedicar su vida a generar esta oferta de experiencias y espacios para imaginar otras formas de ver el mundo.

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