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Foto del escritorRedacción

Los Moradores


Ilustración de Quendi Hierofante

Por Moisés Cárdenas (Venezuela-Argentina)


El día veinte de marzo cuando el otoño acariciaba Arna, en las calles del pueblo Villa se escucharon fuertemente los cascos de los caballos. Los perros que habitaban el lugar, ladraron hasta cansarse, hasta Polaco, el perro blanco de Zohar. El canino salió como loco desde la casa de su dueño para seguir a los demás.


Zohar lo buscó por un rato hasta que lo encontró en una loma comiéndose un hueso. Cuando él vio a su mascota, lo acarició apaciblemente y lo llevó hacia la vivienda. Mientras guardaba al perro, escuchó el relincho de un caballo, muy cerca de él. Zohar volteó y contempló a un hombre de campo que llevaba el animal atado de una cuerda. El sujeto subió una cuesta muy empinada, Polaco desde la casa ladró fuertemente. Entonces Zohar metió a su mascota dentro de la vivienda, cerró la puerta y siguió la pendiente. Cuando llegó a la cima, una luz cegadora dejó entrever a lo lejos, la figura del caballo y del hombre. De pronto Zohar sintió que alguien lo empujó con fuerza hacia la claridad.


Pasaron siete minutos desde el acontecimiento, cuando Zohar se vio frente a una cuesta. El camino estaba polvoriento y alrededor del mismo se encontraban muchos arbustos. Él se encontró algo aturdido, miró la pendiente y pensó por unos segundos en subirla. Decidió caminar despacio hasta que llegó a la cima. De pronto, cinco hombres con rasgos indígenas lo saludaron. Los sujetos tenían puestos unos pantalones anchos, unas camisas de cuadros y llevaban pañuelos en el cuello. Zohar miró que, más allá de la cuesta, continuaba una calle, entonces la siguió. Los hombres iban detrás, hasta que se detuvieron cuando unos caballos pasaron frente a ellos. Uno de los tipos, alzó las manos, y unas de las bestias se detuvo.


—¡Vamos a domar! —pronunció uno de los hombres.


Zohar se quedó mirando cómo el tipo se subió sobre el animal y lo cabalgó a pelo. El caballo se levantó en dos patas y relinchó. Los demás caballos se dejaron subir por los otros hombres, mientras Zohar caminó por un sendero de tierra. Unos minutos después, una mujer bajita de pelo largo color negro azabache, le ofreció una jarra de barro. Zohar la tomó entre sus manos y vio que era agua.


—Debes tener mucha sed —dijo la dama con una voz suave.


Cuando bebió el líquido, varias mariposas amarillas y blancas sobrevolaron muy cerca de él. La fémina lo invitó a que conociera el lugar. Zohar observó varias casas de techo de caña y paredes de adobe. En las entradas a los hogares se encontraban telas de bellísimos colores. Continuó por angostos callejones, donde observó a un grupo de niños jugando con una pelota de trapo. Mientras miraba a los pequeños rodar la esfera artesanal, un hombre delgado con pelo largo color negro, lo abordó.


—¿Qué hace acá? —preguntó el sujeto con voz baja.


—Seguí una pendiente y me encontré en este lugar.


Le latió el ojo izquierdo a Zohar, y miró de nuevo al hombre. Notó que el sujeto tenía una cicatriz en el rostro. El tipo se identificó como El gaucho, y le comentó a Zohar que el sitio donde estaban, era un rincón donde vivían Los moradores, gente que domaba y danzaba bajo el sol, lugar que caminaban descalzos en la tierra.


Después de beber un té de ruda, El gaucho le presentó su familia. La esposa del hombre que tenía la cicatriz en el rostro, le dio al visitante una planta de verbena.


—Cultívala cuando llegues a tu casa —dijo la mujer con un tono de voz suave.


Zohar agarró la planta, y sintió una fuerte brisa. La gente que estaba en el lugar corrieron hacia las casas, en eso el hombre de pelo negro acompañó al visitante por una cuesta, mientras la familia de este lo siguió. Hechizados por ciertos sonidos extraños, prosiguieron por la pendiente hasta que sus pies tocaron un suelo espeso. Miraron al piso. Para ellos la tierra era de color grisáceo, alzaron la vista y observaron objetos que se desplazaban a gran velocidad, caminaron un poco más, pero Zohar ya no estaba. Él viajaba a gran velocidad por un conducto de luz intensa, mientras El gaucho y su familia eran absorbidos por una nueva civilización.



Los Moradores, cuento de Moisés Cárdenas.

Nació en San Cristóbal, Estado Táchira, Venezuela, el 27 de julio de 1981. Poeta, escritor, profesor y licenciado en Educación Mención Castellano y Literatura. Egresado de la ULA-Táchira. Ha publicado en antologías de Venezuela, Argentina, España, Italia y Estados Unidos.


Entre sus obras: Poemario En el jardín de tu cuerpo, Venezuela, 2021. Novela de género testimonial, Los ojos de un exilio, Editorial Avant, Barcelona, España, 2020. Publicación digital, Obra poética y narrativa, Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, volumen 208, BAT. San Cristóbal, Venezuela, 2018. Poemario infantil Mis primeros poemas, Ediciones Ecoval, Córdoba, Argentina, 2015. Poemario Poemas a la Intemperie. Editorial Symbólicus, Córdoba, Argentina, 2013. Poemario Duerme Sulam, Venezuela, 2007. Poemario El silencio en su propio olvido, Caracas, Venezuela, 2008.

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